Un tiempo nuevo

 Nos llegó el tiempo de soltar amarras, el tiempo de eliminar apegos.

Desde aquella primera concordancia, desde la sensación profunda de estar simbióticamente unidos, pasando luego por el dolor enorme de la separación, hemos llegado a ser lo que hoy somos: torpes individuos en busca del sentido que nos permita seguir, que nos indique el rumbo, que nos dé una razón para vivir.

Todas las etapas tienen su apogeo, todas llegan a su clímax y desde allí declinan. En nosotros queda el recuerdo ancestral de aquel fantástico tiempo sin tiempo de fusión con todo, de aquel “originario” que nos envolvió en su manto para soltarnos luego. En nosotros permanece como añoranza, como búsqueda sagrada, como anhelo de retorno.

Luego vino el tiempo de cada uno, el tiempo del yo, de la separación cada vez mayor, aquella que nos dio presencia, identidad, conciencia. Y fue su tiempo de esplendor, de plenitud. Y, como todo, pasa...

Y llegó el hoy, este hoy tan conflictivo, el del todo vale, el del sálvense quien pueda. Un hoy plagado de sinsentido, de arrebatos y empujones, en el que el valor de la palabra, del compromiso y de la vida muere sin siquiera avizorar el día.

Todo es progreso, evolución, recorrido. Todo tiene un sentido y un propósito, por lo que más allá de la angustia momentánea está el lugar exacto al cual se arriba. Más allá del camino zigzagueante y doloroso están las razones y las causas, el tiempo circular que nos convoca.

Lo difícil es transitar los oscuros rincones sin olvidar la meta; lo difícil es concentrarse en la intención profunda y sin piedad seguir andando. Y más difícil aún es desprendernos de todo lo inútil que arrastramos: sueños incumplidos, triunfos vencidos, experiencias caducas, recuerdos desgraciados o gloriosos, todo aquello que confundimos con nosotros. Porque cada uno fue mimetizándose con el camino, entremezclándose con el follaje, camuflándose con eficacia, y entonces aquí, ahora, hoy, nadie puede separarse del saco que acarrea. Y es el saco lleno, pesado y viejo el que logra vencernos y caemos.

Es tiempo de pérdidas y no aprendimos a perder, es tiempo de entrega y no queremos soltar. Y es por esta imposibilidad compartida que surge la batalla, la guerra de todos contra todos, la necesidad de encontrar culpables, el desasosiego que nos lleva al suicidio colectivo. Pero la naturaleza no se detiene ante las vicisitudes humanas, no registra el sufrimiento del apego. Ella es viento, tempestad, vorágine; es todo ese movimiento que necesitamos para desprendernos y volar.

Más allá del camino zigzagueante y doloroso están las razones y las causas, el tiempo circular que nos convoca.