Perder para seguir andando

La separación es una constante en nuestra vida y, aunque más de las veces no la registremos, está presente en la rutina cotidiana. En forma continua vamos cambiando, vamos dejando de ser para adquirir nuevos modos, nuevas células, nuevos tejidos. Nos desprendemos de los desechos orgánicos cada vez que vamos al baño y las mujeres, durante nuestra vida fértil, una vez al mes, perdemos nuestros óvulos en un proceso natural y necesario para la procreación. Nos encontramos y nos separamos con cada una de las personas que vemos a diario, con los objetos que tomamos y dejamos, con los pensamientos y sentimientos que tenemos a cada momento; continuamente estamos en contacto con el abandono y la pérdida.
Nuestra naturaleza está ligada a la separación desde el mismo momento en que nacemos separándonos de nuestra madre, de nuestro contexto originario. Y continuamos separándonos al crecer: desde pequeños vamos perdiendo desde el pecho materno hasta nuestros dientes de leche, desde la mamadera y el chupete hasta nuestros padres que van dejando de ser lo que fantaseábamos y, al llegar a la pubertad, perdemos nuestro cuerpo infantil para transformarnos en adultos.
En este contexto pérdida y muerte son sinónimos. Lo que perdemos muere en nosotros, deja de existir. Así, perdemos inocencia al adquirir conocimiento, perdemos el hambre cuando comemos, perdemos la sed cuando bebemos y nuestro sueño cuando dormimos. ¡Perdemos el tiempo cuando vivimos! 
Perder es una necesidad, es un mandato, es el único modo de seguir andando. No podríamos caminar si no tuviéramos algo para dejar atrás.

Siendo la pérdida una constante natural de nuestro mundo...¿por qué intentamos negarla permanentemente? ¿Qué es lo que nos impide aceptarla? 
Todos los procesos antes descriptos ocurren indefectiblemente...los percibamos o no. Pero todo aquello que suceda y no percibamos se hace inconsciente, todo aquello que vivimos sin el acompañamiento consciente va creando nuestra sombra y nos va generando algo pendiente.
Si no nos aceptamos perdedores, lo seremos de todos modos.

Entonces, vuelvo a preguntarme ¿qué es lo que nos imposibilita mirar de frente la realidad, aceptar lo inexorable?
Un cambio en el enfoque puede ayudarnos a comprender y tolerar nuestra propia naturaleza.

Cuando caminamos miramos hacia delante y, aunque vamos perdiendo el paisaje a cada paso, estamos entusiasmados con lo nuevo que vemos y sentimos. Vamos dejando atrás el camino deseosos de seguir caminando.
Nuestro recuerdo infantil nos acerca esa sensación de alegría y entusiasmo frente a las transformaciones y los cambios. Felices por descubrir nuevas cosas no sufrimos con lo que dejamos.
Entonces, me pregunto...¿Por qué no ver la vida como un largo camino y las pérdidas como lo necesario para seguir andando? ¿Por qué no hacer consciente -saber- que perder es la única posibilidad de seguir creciendo?

No hay nada nuevo en lo que digo, hombres de todos los tiempos nos mostraron ese modo de encarar la vida. Pero...¿cuándo estaremos dispuestos a tomarlo? ¿Cuándo podremos sentir que lo vivido no nos pertenece, que sólo fue un trecho que debemos dejar atrás?
La intención de este escrito es que por fin logremos ver la vida hacia adelante, mirar lo que viene para comprender que lo que dejamos ya no nos es necesario; que lo que perdemos es el desecho de lo vivido y que lo esencial quedará grabado en nuestro ser.
Si enfocamos la vida como un movimiento lo que dejamos atrás es la acción ya realizada, lo acabado. Si nos quedásemos allí, nos perderíamos a nosotros mismos, nos moriríamos con lo que dejamos. Y esto es así aún frente a la gran muerte, la muerte de nuestro cuerpo material. Nuestro cuerpo muere porque acabó su función, porque para el nuevo camino ya no lo necesitamos...Dejamos el cuerpo atrás para poder seguir andando...

No hay comentarios :

Publicar un comentario